Esta es una de esas grandes paradojas de la educación y también fuente de algunas confusiones.
No todas las personas son iguales. Pero debo mirar a todas igual.
Como educadora debo mirar a todas las personas igual: con interés, respeto, curiosidad, compromiso, empatía, amabilidad, ecuanimidad.
Suena fácil pero no lo es. Solemos mirar de manera diferente a las personas porque nuestros sesgos y prejuicios filtran la experiencia y nos hacen reaccionar sin darnos cuenta. Miramos diferente a las personas según su estado de salud, su nivel cultural, sus recursos económicos, sus ideas y sus actitudes ¡y muchas otras cosas!
El trabajo de cualquier persona que quiera ayudar a otras es liberarse o hacerse consciente de los sesgos para poder recibir a todas las personas desde el mismo lugar. El secreto para esto, usando palabras del oncólogo Enric Benito en unas jornadas sobre el final de la vida, es quitarnos de en medio.
Dejar a la personalidad, la identidad, el rol, el conocimiento y el status fuera. Quitarlo todo. Desaparecer para ser. Es la única manera en la que nos podemos presentar con nuestro corazón disponible y receptivo, vulnerables y sensibles.
Una vez que ya hemos aprendido a mirar a todas las personas igual, desde el mismo lugar, no podemos verlas iguales. No es lo mismo estar sana que enferma, tener red social o no tenerla, vivir en un cuerpo grande o uno pequeño, disfrutar comodidad o sufrir precariedad…
Cuando ya vemos a la persona (porque hemos dejado de filtrarla con nuestros velos) entonces podemos ayudar de verdad, ajustando el compartir y la presencia a lo que realmente es necesario en el momento (sin protocolos fijos, tratamientos estandarizados o modelos objetivos).
Nuestra mirada emerge de nuestro corazón. Cuidar nuestro corazón es esencial para poder trabajar y vivir desde un lugar valiente pero también vulnerable.
Nombro tanto como muestro estas ideas siempre que hablo en las formaciones del concepto de diversidad funcional. La funcionalidad abarca los aspectos físicos, mentales, emocionales, espirituales y sociales de una persona. La funcionalidad de las personas depende de su historia.
Necesitamos mirada, palabra, silencio y tiempo para comprender.
No tengamos prisa por solucionar los problemas de los demás, no corramos a demostrar lo que sabemos, evitemos caer en los discursos correctivos que señalan la ausencia de las personas.
Trabajemos desde un lugar pleno, con sabiduría pero sin arrogancia, con presencia pero sin tanta intervención.
Las personas que nos rodean necesitan, a menudo, menos de lo que les estamos dando (ideas, soluciones, lecciones) y más de lo que no estamos dando (presencia pura, corazón disponible, tiempo, pausa).