Enseñar no es entretener pero puede generar regocijo. Para ambas partes. Esto se debe a que el aprendizaje tiene el poder de ofrecer placer debido al encuentro con nuevas ideas y experiencias y al incremento de la sensación de misterio y desafío positivo.
Crear un entorno que cultive el aprendizaje asociado a un bienestar activo e implicado es labor de cualquier persona que enseñe. Para eso, quien transmite, ha de amar la disciplina, la enseñanza y el encuentro con otros seres humanos.
Enseñar no es la demostración del saber personal, es la celebración del saber colectivo revelado y por revelar.
Se requiere un alto grado de altruismo porque las profesiones educativas tienen un sabor agridulce. En el caso que yo conozco, hay más dulce que agrio ya que la mayoría de las personas se acercan a mi trabajo voluntariamente.
Sin embargo, también he tenido que enseñar yoga y conocimientos sobre bienestar a audiencias que tenían resistencias, desinterés o inapetencia. Esto siempre me ha motivado. Hay muchas cosas que me asustan pero las personas no son una de ellas. Creo que hay una puerta de entrada y una chispa de motivación disponible en toda oportunidad educativa. Todo el mundo tiene interés en algo y solo hay que encontrar los vínculos y las intersecciones entre lo objetivo y lo subjetivo.
Además, despertar interés y curiosidad es parte de la labor y no debe molestarnos tener que ejercitar esa dimensión de la transmisión. No se trata solo de contar, se trata de estimular y despertar la llamada al saber y a sentir cosas nuevas.
El cerebro tiene una orientación natural hacia lo novedoso tanto como tiende a acomodarse en lo conocido. Al ser conscientes de estas dos tendencias hemos de ofrecer seguridad y novedad a partes proporcionales. Para no dejar a nadie en tierra sin firmeza y asegurar que todas las personas divisan un horizonte que enciende su voluntad.
Solo cuando somos jóvenes aprendemos sin motivación. Según los estudios científicos, al madurar nuestro aprendizaje se queda más restringido y aprendemos fundamentalmente por motivación personal. Por ello, vivir motivadas es el secreto tanto para enseñar como para aprender.
Para esto, es de gran utilidad saber a qué aspiro, qué deseo, qué necesito y qué tiene significado para mí. ¿Qué quiero hacer con este tiempo y este cuerpo que se me regalan temporalmente? ¿Qué deseo vivir, compartir y transformar? ¿Qué me apetece dejar tras de mi? ¿De qué estela quiero formar parte?
Se sabe que el placer ofrece una motivación breve y mucho menos satisfactoria de lo que imaginamos. Los sistemas de placer y sufrimiento trabajan de manera proporcional. El exceso de placeres aumenta la sensación de malestar, por contraste.
Se sabe que la trascendencia, la generosidad y la práctica del bien común ofrecen satisfacción duradera y estable.
Por eso, propongo orientar nuestros aprendizajes hacia cosas que faciliten nuestras habilidades para una vida virtuosa y solidaria. Moldear nuestros hábitos y personalidad, mejorar nuestras relaciones y acercarnos a la naturaleza pueden ser asignaturas de alto impacto y rendimiento positivo.
Mi deseo es que mi trabajo personal y exterior sirva para apoyar este tipo de procesos y la educación sirva para la transformación.
Que cada oportunidad sea valorada, disfrutada y recordada por todas las partes. A estas alturas, con todo lo vivido, no tengo ninguna duda de que la felicidad y la libertad proceden de una fuente interior que vive de nuestra sabiduría. Eso quiero cultivar.
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Imagen de una masterclass corporativa que impartí organizada por City Yoga en Hard Rock Hotel Ibiza, el verano pasado.