Todos tenemos una parte de nuestra identidad definida en base a las cosas que somos capaces de hacer y crear, especialmente si pueden ser reconocidas por el mundo que nos rodea. Quizás de ahí, en parte, viene nuestro frenetismo diario. A esto se asocia también el gran valor que otorgamos en nuestra sociedad a la productividad, y al éxito asociado a la misma.
Personalmente, siempre, y ahora más que nunca, le he dado mucho valor al éxito asociado al sentir, evitando centrarme solamente en el éxito asociado al producir y al reconocimiento. Ambos son igual de importantes para mi. ¿Cómo me siento cuando produzco algo? Sea un pensamiento, un escrito, un vídeo, un curso,... En ese valorar el sentir me doy cuenta de que tolero mucho mejor los defectos naturales de mis producciones y trabajos, y a la vez me libero del ansia de hacer mucho y me puedo centrar en la pasión de hacer algo que sea genuino para mi corazón.
Creo mucho en este modelo, y veo a mucha gente que me inspira que sigue modelos muy parecidos. En este modelo caben, en equilibrio, los éxitos mundanos, los placeres espirituales y las relaciones de alegría. Puede ser un modelo que aporte norte y direcciones apropiadas para una vida plena. Pienso, además, que es posible hacer negocios, cultivar buenas relaciones y crear realidad relevante siguiendo este principio del sentir, de la mano del hacer.
En estos momentos, vaciados en gran medida de nuestros haceres y marcos habituales de acción y relación, surge la oportunidad de deshacer nuestro exceso de hacer, y así dejar espacio al sentir. El sentir, aparentemente menos productivo, suele dar lugar a un estado inspirado que nos hace, paradójicamente, muy productivos en el área de calidad y autenticidad. El hacer nos tiene tirando piedras al aire sin ton ni son, el sentir ofrece una claridad que arroja flechas certeras sobre las dianas de nuestra intención.
Deshacer el hacer nos da espacio para sentir, y también para rehacer con mejor patrón y destino para nuestro tejer. ¿Recordáis a vuestras abuelas haciendo y deshaciendo el punto cuando se equivocaban? No se me olvida esa imagen de las agujas y las manos deshaciendo el camino andando, para humildemente enmendar el error y retomar la labor para mejorarla. Así veo yo este momento. Deshacer lo tejido puede parecer una pérdida, o puede ser encontrar un mejor sendero.
Para estos días quizás podemos observar las sensaciones que nos produce deshacer el hacer, y coger esos espacios nuevos para más sentir. Podemos, así, esperar al momento ideal para renovar el tejer de manera inspirada y aclarada. Si encontramos muchos nudos en el deshacer, en vez de apretarlos y enojarnos, podemos suavemente acariciar sus bordes y en la zona más suave ir retirando la presión. No somos nuestros nudos, afortunadamente, como no es el marinero su red de pescar.
Si hacemos este trabajo a nivel individual, será más fácil a nivel social renovar nuestro tejido. En vez de mirar al nudo ajeno y señalarlo, ocúpate de tus nudos y tu tejer con dedicación y paciencia. Tomemos esto como una reunión de abuelas ¡vamos a deshacer la bufanda! Con el hilo que quede libre, ya veremos qué hacemos. Ahora estamos deshaciendo. Cada cosa a su tiempo.