Vivir es un riesgo y yo no me lo quiero perder. Ni siquiera en estos momentos. Vivir da miedo, y no me lo quiero perder. Porque el miedo se puede compensar con amor. Vivir provoca inseguridad, y no me la quiero perder. Esa inseguridad es tan real que me agita y eriza mi piel. Vivir despierta en mí preguntas profundas, y no me las quiero perder. Aunque haya quien piense que hay que ignorarlas. Vivir implica renuncias, sufrimiento y pérdidas, y no me los quiero perder. Ni hoy, ni mañana.
Sin embargo, sé que en algún momento me lo voy a perder todo. Morir forma parte de este vivir. Ignorarlo nos lleva a desaprovechar, desperdiciar e infravalorar las respiraciones que se nos regalan, momento a momento. Me pasa cada día, y cada día me lo recuerdo a mí misma.
Vivir en el drama y la queja no es amar la vida. Quien ama la vida la respeta incondicionalmente, aunque no siempre la entienda. Quien ama la vida no la critica, la toma como es, y la mejora todo lo que puede con sus acciones, palabras y sentimientos. Quien ama la vida vive por encima del deseo de fama, pero aspira a dejar una huella imborrable de bondad, honor y valentía. Quien ama la vida representa ese amor poniéndose en la piel de los demás para ser más justo y ecuánime. Quien ama la vida sabe que las cuentas se rinden al final con uno mismo y con el mundo. Quien ama la vida sabe que cuando toca su final la única moneda que mide nuestras ganancias es el amor que dimos y recibimos.
A veces me siento en quietud a observar el mundo, pero estoy participando de él cada segundo. En la intimidad de mi hogar uso las palabras que estaría dispuesta a que los demás oyesen. Tengo muchas faltas, cada día, en mi integridad, pero no me castigo por ello porque sé que es natural. Aún soy una niña, aún aprendo cada día. La compasión son mis ojos, la paciencia mi perseverancia.
Aunque en momentos de debilidad, dolor o ceguera me apetezca culpar a alguien por cómo es mi vida o por cómo se me presente mi muerte, me comprometo a no hacerlo. Es una tentación cada día, pero sé que sería delegar mi poder personal a otro u otros. Si no delego tengo más posibilidades de que este trozo de vida que tengo se parezca a lo que desea mi alma. Culpar es delegar, así que decido no culpar a nadie.
Así como un explorador tendría dificultad para atravesar los territorios de sus aventuras sin sentido de la orientación, así estamos nosotros para guiarnos en las dificultades sin un sentido de la ética. Nos molesta cuando nuestro artificial mundo de perfecciones y privilegios se tambalea, pero no nos molesta tanto que en el otro lado del mundo cada día mueran personas que podrían sobrevivir un día con lo que nos cuesta un café. Nos preocupa que se acabe nuestro pan favorito o que esté cerrado el cine, cuando hay personas que duermen sin techo cada día. Nos incomoda no tener toda la asistencia médica a nuestra disposición, cuando hay personas que no la han tenido ni un minuto desde que nacieron.
¿Vamos a hacer algo con esto? ¿Podemos tomar lo que la vida nos trae hoy para ser mejores personas mañana? ¿Nos vamos a quejar o vamos a crecer? ¿Nos vamos a compadecer de nosotros mismos o vamos a encontrar lo que nos hace y une como humanos?
Si sientes miedo hoy, piensa en los que lo sienten cada día.
Si te preocupa tu escasez, imagina un estómago vacío cada día.
Si te preocupa morir o perder a alguien, toma esa preocupación para apreciar aún más a tu gente. Y prepárate para despedir a todos los que se vayan con respeto, integridad y admiración. No hoy, ni mañana, sino siempre y en cualquier circunstancia.
Estar aquí, leyendo esto, es una oportunidad más. ¡Despertemos a ella!